lunes, 14 de diciembre de 2009

THE WHITE RIBBON. La obra maestra de Michael Haneke



THE WHITE RIBBON
Por Fabián Iriarte

Estuve madurando la idea que tal vez The White Ribbon (Das weisse Band - Eine deutsche Kindergeschichte) sea para Michael Haneke lo que Fanny & Alexander significó para Bergman, en este caso un temprano testamento fílmico.

Ambas consolidan las constantes obsesiones temáticas de cada realizador y apuestan a la estructura coral para exponer los diferentes caracteres y patologías del dolor y del sufrimiento. De esta manera forjan una definitiva síntesis de toda una obra. Bergman, el maestro sueco, extirpa los remanentes del alma para autenticar que el humano es un ser menos atento a la razón que a los impulsos y más consagrado a instaurar en su epicentro las contradicciones que redefine la especie. Haneke asegura que el ser humano tiene en su naturaleza, una urgente tendencia maliciosa y que él mismo está predispuesto a fundarse como ejemplo construyendo su obra en base a ese principio. Haneke atesora los extremos tanto como su coterráneo y vecino de Munich, Werner Herzog. Ambos están siempre dispuestos a inmolarse en pos de sus discursos narrativos.


En The White Ribbon lo coral potencia la recurrencia temática. Un poco mas lejos de la desgarrada brutal y explícita narrativa de Benny's Video donde un niño bautiza su instinto asesino al ver matar a un cerdo y decide retratar la muerte en directo en un video, pero esta vez… con un humano. O el sádico juego de muerte que somete a una familia hasta extremos insostenibles en el Funny Games alemán. Sin dejar pasar la autodestrucción masoquista de una pianista sodomizada por sus miedos y miserias en La Pianiste, hasta llegar en Caché al miserable pasado que inunda el presente de una familia de profesionales de aparente vida controlada, cuando un video (Otra vez el registro directo contemporáneo mas efectivo) irrumpe en su hogar guardando incógnitas y sospechas oscuras y censurables.

En The Withe Ribbon la acción tiene lugar en un pueblo alemán en los quince meses que precede la Primera Guerra Mundial. Entre las personas que viven allí hay un barón que es un hacendado dominante y una aparente autoridad moral irreprochable, un pastor con gran cantidad de niños, algunos bastardos por cierto, un doctor viudo con una sospechosa relación con su hija y un maestro que asume un romance casto y virginal con una campesina y que narra la historia en primera persona, con la distancia del presente pero con el detalle del ayer.

En esa aldea la maldad aflora cuando cierta cantidad de sucesos se desencadenan bifurcando lo doméstico y su eterna anestesia pueblerina. Si bien algunos parecen de factura inocente, los sucesos siguen su curso y el grado de execración aumenta sistemáticamente: una mano desconocida abre una ventana para exponer a un bebé recién nacido al intenso frío del invierno. Un campo entero de coles, en la tierra del barón, es destruido por una guadaña, hasta un niño disfuncional es encontrado en el bosque con una nota muy cercana a una venganza de carácter divino que arrasará el lugar como un apocalipsis purificador.

La comunidad se acusa entre si y la tempestad está lista para desatarse. Haneke sintetiza los tiempos que vendrán en algunas escenas impactantes construyendo la humillación mas atroz que un ser humano pueda propinarle a otro cuando El Doctor extermina con palabras lacerantes a su segunda esposa o cuando el Pastor encierra y ata a su hijo después de confesar su recurrente rito masturbatorio. El mismo pastor decide atar una cinta blanca a sus otros hijos como perpetuando una promesa de pureza que la historia terminará por desmitificar. Según Haneke “El absolutismo se convierte en terrorismo. Aunque esta película no es sólo sobre el fascismo, por mucho que haya sido ambientada en Alemania. La gente puede decir que habla sobre los nazis, pero es un problema que afecta a todos”.

Su historia inicia la raíz del odio en un ámbito aislado (También había tratado el aislamiento en Le temps du loup) que se propaga mas allá de los límites aldeanos en las formas del absolutismo que todos . No es casual que la propuesta de Haneke señale que el individuo en aislamiento es mas propenso a construir vallas morales y totalitarias propiciando un cultivo epistolar e inmediato que el que pueda apreciarse en las ciudades, donde, de todas maneras, la tipología llegará con las consecuencias históricas de público conocimiento.

Haneke además agrega “A los niños se les imponían valores absolutos. Los principios absolutistas son, por definición, inhumanos. Y los niños siguen estos principios al pie de la letra, castigando a los que no viven en función de su ideal. Quería hacer una película sobre cómo todo ideal se pervierte. Siempre me ha gustado crear en el cine la libertad que se tiene cuando se lee un libro, donde se dan infinitas posibilidades imaginativas. Las imágenes van surgiendo en tu mente. Y he rodado en blanco y negro, no sólo por mantenerme fiel a las imágenes de la época, sino porque quería usar una voz narrativa distante. Buscaba romper con las convenciones del mundo real”.

Finalmente el film va tejiendo dentro de las improbables aristas que provoca la conducta, la representación de la raíz del mal, del odio y la discriminación, una idea más cercana a la infancia que a la adultez, dedicada a nutrir los principios afines al rigor y la intolerancia para acallar sistemáticamente las voces mas libres. Haneke enmarca el concepto de lo humano como la especie mas destructiva por naturaleza cuando una niña decapita con una tijera un pájaro y sustituye su cabeza con la misma tijera formando una cruz cristiana.

Una obra total, compleja, referencial, caustica, simbólica y tal vez premonitoria. Para preguntarnos que tan lejos o cerca estamos o, en todo caso, como podemos empezar a salir de esto, siempre y cuando el ser humano esté dispuesto. ¿Lo está?

“De virtud hay una especie, de maldad, muchas”. Platón.

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