domingo, 1 de mayo de 2011

KEITH RICHARDS, LIFE


Por Fabián Iriarte
Todo sucedió en Kent, Dartford. En las calles que gracias al Google Maps pude recorrer virtualmente. Y es que según Keith todo sigue igual, salvo que aquel pequeño departamento que subsistía milagrosamente sobre una verdulería ahora lo hace sobre una floristería, precisamente la Darling Bud Of Kent, sobre la calle Chastilian Street a una cuadra de Denver Street, donde vivía un niño de familia mas acomodada que respondía al nombre de Mick Jagger. Ambos niños caminaban por la ensortijada Chastilian hasta la no menos curvilínea Wentworth Drive para asistir a la Wentworth Primary School que hoy tiene el privilegio de tener un Mick Jagger Center, un auditorio provisto de alta tecnología, aunque Keith Richards tiene la firme convicción que un ala de la escuela nunca lleve su nombre y de ser así ya tiene un plan para sabotear la delicadeza.

Richards sorprende con su propia sobrevivencia y tal vez su biografía se pronuncia como otra gesta anti establishment, una especie de dulce venganza hacia los que durante la supremacía Stone intentaron cauterizar un acontecimiento inevitable; la revolución artística cultural de cinco hombres que pusieron su atención y su esmero en articular los sonidos esclavos del Mississippi en la almidonada sociedad inglesa de principios de los sesenta.

Richards abre su bio con un episodio muy propio de la cacería de brujas Stoneana allá por 1975. … un pueblo diminuto y los Rolling Stones en el menú policial a lo largo de Estados Unidos: todos los polis querían pillarnos a cualquier precio, ascender en el escalafón y cumplir con el deber patriótico de liberar a la nación de aquellos mariquitas ingleses”… “El departamento de Estado había observado disturbios (cierto), desobediencia civil (cierto también), sexo ilícito (¡A saber que es eso!) y violencia en toda la nación, y la culpa era nuestra, de unos simples juglares. Como por lo visto habíamos incitado a los jóvenes a la rebelión y estábamos corrompiendo el país, se había decretado que jamás volviéramos a los Estados Unidos”.

El capitulo dos está ilustrado por una foto del pequeño Keith paseando por Ramsgate con su madre Doris. De tan solo dos años, el pequeño Keith es sostenido por una correa, el rostro ceñudo de aquel niño perfila una de esas tardes complejas y no es descabellado detectar en ese pequeño de dos años el inconformismo latente, mientras madura la sospecha que ese niño más que una correa podría necesitar una cadena. Tal vez el anillo de calavera y las esposas circundantes en su brazo izquierdo rubrican hoy los presagios que derivan de aquella foto.

El humor de Richards es implacable, Life está plagada de desorden organizado, leerla significa desplazarse por una montaña rusa de picos ascendentes a veces imposibles de evitar entre la sensación brutal de tragedia inminente y piedad.

“Le envíe una postal a mi madre: Querida madre perdona que no te llamara antes de marcharme, pero seguro que tengo los teléfonos pinchados. Ya veras como todo sale bien al final, no te preocupes. Por aquí todo es genial. Un beso grande. Tu hijo Keef el Fugitivo”

Todo es de una magnitud pasional indómita, desde las paginas remitidas exclusivamente a lo musical, hasta aquellas dedicadas a las recomendaciones lisérgicas de como sobrevivir a ellas y no convertirse en un mártir del rock (Especial las consideraciones del caso Brian Jones). Caso aparte lo dedicado a su relación eterna con Mick Jagger, desde sus pujas estilísticas hasta la aceptación (repudiada por Keith) de su socio histórico de su nombramiento como Sir. Richard no ahorra la inevitable comparación con los Beatles y aunque lo unía una gran relación con Lennon, no se ahorra algún garrote de soslayo.

“Igual si nos hubiéramos puesto las chaquetas de pata de gallo y hubiésemos tenido el aspecto de muñequitos tal vez no hubiéramos cabreado tanto… la reacción no tuvo nada que ver con lo acostumbrado cuando salimos a tocar delante de aquella caterva de paletos que iban literalmente con la brizna entre los dientes… no podían soportar que sus chicas estuvieran embobadas por esos maricones… fue una bronca monumental y fue una suerte que saliéramos enteros.”

Era el principio y el contraste Stone. Keith se considera hijo directo de Willie Dixon, Muddy Waters, Chuk Berry, Howlin’ Wolf entre otros. Y son también otros los que dan testimonio directo del efecto Keef.

Steve Jordan: Un pez gordo de la industria invitado por Mick se presentó en Montserrat para hablar de no sé que contrato relacionado con la gira. Estaba claro que alardeaba de grandes conocimientos sobre producción musical, porque estábamos en la zona del estudio escuchando una grabación de Mixed Emotions, que iba a ser el primer single. Keith estaba allí de pie con la guitarra y Mick también escuchando. Acaba el tema y el tipo dice: “Una gran canción Keith, pero si cambias arreglos un poco te digo yo que sonaría mucho mejor”. Así que Keith se va para su maletín medico saca la navaja y se la arroja: aterrizó justo entre las piernas del tipo. Fue como de Guillermo Tell. Algo fantástico. Y Keith le dice: “Mira hijito, yo ya estaba componiendo canciones cuando tu todavía no eras ni una chispa en la polla de tu padre. No vengas a decirme como se compone”

Es un gran purista del blues y su defensa le costó mas de un encontronazo cuando su co piloto deliró con la música disco de Club54. La personalidad de Richards es una máscara anti pop que supo conseguir incluso con su propio cuerpo “hasta me deje caer unos cuantos dientes…”

Los roces con la muerte parecen actuar en Life como océanos ondulantes donde su protagonista se convierte en un ser omnipresente que alecciona inclusive a los que han quedado en el camino (Jones, Belushi, Hendrix, Joplin, hasta el bueno de Ian Stewart) mientras se constituía en un padre presente pero poco convencional para su hijo Marlon y resguardaba a su hija Angela con su abuela Doris en las cándidas tierras de Dartford.

Pese a todo Richards se las arregló para contarlo. Ha construido un imperio musical que llevó a más de un millón de personas comprobarlo en las arenas de Rio de Janeiro, mientras Argentina esperaba su turno.
Mas tarde otra vez la muerte sucumbió ante un coagulo cerebral que Keith gambeteo con clase en un quirófano de Nueva Zelanda.

Pero Keith resignifica una época y a la vez se autodefine:"En cuanto a mí, la prensa, empezando por la musical empezó a incluirme con gran entusiasmo en la lista fatídica. Un nuevo ángulo. Ya no les interesaba tanto la música al principio de 1973. New Musical Express sacó una lista de las diez estrellas del rock que era mas probable que murieran pronto, y me colocó en el numero uno. Soy también el Príncipe de las Tinieblas, el hombre hecho polvo con mas elegancia y demás: todos esos títulos que me encasquetaron fueron acuñados entonces y me quedé con ellos de por vida. A principio eres una novedad pero eso también era lo que pensaron del rock and roll… y deseaban que te fueras a tomar por culo. Y cuando eso no ocurría deseaban que te murieras".

Ladies and Gentleman: Keith Richards. ¿Qué más se puede decir?.