
“Permítanme que me presente, soy un hombre poderoso y distinguido y he robado a mas de uno el alma y la fe” bajaban las estrofas como azotes corrosivos desde un álbum de cubierta prohibida. Era un tema de un tal Jagger y un tal Richards pergeñado entre el 68 y el 69 y que relacionó inevitablemente a la banda con cierto aquelarre demoníaco.
Esperé mucho tiempo para escribir algo sobre los Stones, pero mi respeto, hacía que nunca empezara por decidirme.
Stones in Exile me inspira un prefacio inevitable, precisamente fundamentando mis días de revelación Stone. No podría ejercer esta escritura de manera sosegada si no me instalo como testigo histórico de la escena. Corría 1972 y Argentina estaba nuevamente divorciada del mundo (Cuándo no) y en ese contexto ¿Qué podía hacer un adolescente más que inquietarse por lo prohibido? Mientras yo contaba las monedas para adquirir mi primer álbum inglés (monedas destinadas para un juego de lapiceras para el colegio) Los Stones ya estaban en Francia, en un sótano súcio y húmedo otrora sede de operciones de la Gestapo, entre fastidio, excesos y desconcierto arribando la idea de temporalizar el destino de la banda.



En aquellos años de Marquee Club, Mick era un joven timorato y Keith buscaba su propio estilo, Charlie un jazzero remolcado a la fuerza y Bill… Bill era simplemente el dueño del bajo que necesitaban.
“El concepto de exilio es el correcto, porque eso sirvió para que rompieran con el pasado y para que, como grupo, explotaran", afirma Martin Scorsese en un momento del documental. Pero el pasado siempre te remite a los orígenes y la memoria los lleva a su primer manager Andrew Loog Oldham cuando instauró el concepto de “Los Stones no son una banda más, son una forma de vida”. El bunker de Keith en Nellcôte, Villefranche lo revalida. "Era el sitio perfecto cuando tienes 20 años. Cerca de Marsella para abastecerse de drogas y a un paso de la Italia de la mafia", sostiene la voz en Off.
Y el bunker fue testigo de la vuelta al capitulo de la amoralidad, el caos y la búsqueda incesante de la voz propia, el cuerpo como alquería experimental (Son famosas las orgías y los excesos retratados en otro documental maldito Cocksucker Blues, del cual se han extraído los fragmentos menos fragosos) y un álbum en el renacer del Exilio. "Se grababa a cualquier hora del día, sin previo aviso. Si se empezaba a las once de la noche, nos podíamos tirar 12 horas. Por eso había que vivir allí", explica Charlie Watts, justificando la estadía.

Antes, Sticky Fingers giraba en torno a la nostalgia lisérgica (Sister Morphine, Dead Flowers) mas atrás Beggars Banquet celebraba un pacto con el diablo y combinaba cuerdas con Country. Exile on Main St. se convierte en un crisol de ritmos milagrosamente homogeneizados en un álbum doble y el documental revitaliza la genialidad (Una palabra que en este caso no queda grande) de la banda de rock mas grande del planeta atravesando experiencias con un áspero Jazz, el Rhythm and Blues, la Balada, el Rock sucio y el Gospel.
El documental se abastece de Robert Frank fotógrafo consagrado por retratar en su libro The Americans la visión escéptica e insolente de la sociedad estadounidense, amigo del beatnik Allen Ginsberg y transformado por entonces en un Alexis de Tocqueville moderno, Frank era en uno de los principales artistas donde descansaba la jerarquía de la subcultura Beat. Por entonces, Frank deduce la falta de un ícono más en su galería, preguntó a los Stones si podía visitarlos para hacer una sesión de fotos, allí tenía todo lo que abreviaba su obra, era de esperar entonces que su estadía en el bunker haya durado seis meses de extasiada convivencia.
El documental se abastece de Robert Frank fotógrafo consagrado por retratar en su libro The Americans la visión escéptica e insolente de la sociedad estadounidense, amigo del beatnik Allen Ginsberg y transformado por entonces en un Alexis de Tocqueville moderno, Frank era en uno de los principales artistas donde descansaba la jerarquía de la subcultura Beat. Por entonces, Frank deduce la falta de un ícono más en su galería, preguntó a los Stones si podía visitarlos para hacer una sesión de fotos, allí tenía todo lo que abreviaba su obra, era de esperar entonces que su estadía en el bunker haya durado seis meses de extasiada convivencia.

Stones in Exile es de visión obligatoria para propios y extraños del circuito Stone, es el reencuentro con la historia, es un documento que valida la supremacía Stone en el mundo del rock, y posiblemente uno de los vestigios mas sinceros de resistencia y cultivo de la voz de los sesenta. Para los Rolling Stones sin duda fue la trinchera apropiada de prosecución de su apostolado musical con sentido social, para seguir representando al desposeído, para comprobar que la desdicha es parte de la vida pero que en lo simple puede anidar un páramo redentor. Las generaciones de seguidores se suceden inexorablemente, el encanto permanece, la rebeldía aun es un vehículo depurador de insatisfacciones. Sesenta minutos de historia para ser testigos del mejor álbum doble de rok’n’roll, y sí… “Es solo rock’n’roll… pero me gusta”.
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